La lengua es, sin duda, reflejo de lo
que somos como seres humanos, ya que muestra nuestra cultura, gustos y
hábitos, en mayor medida que los signos externos, tales como la ropa, la
forma de comer o el comportamiento. Los fenómenos lingüísticos nos dan
luz sobre actitudes sociales, como las diferencias de sexo, las
relaciones de poder en una comunidad y la segregación o marginación de
algunos grupos sociales.
Usar una lengua no implica sólo
conocerla, sino saber cuándo hablar y cuándo quedarse callado, cómo
transmitir e interpretar respeto, seriedad, humor, cortesía o intimidad;
más aún, cómo comunicar nuestras aspiraciones, lo que admiramos, lo que
perseguimos, lo que quisiéramos ser.
William Labov, fundador de
la sociolingüística moderna, descubrió los parámetros que tienen que ver
con el comportamiento de la lengua a nivel social, como el hecho de que
la clase media baja en Nueva York, al tratar de alcanzar a la clase
culta, tiende a usar formas que considera «más correctas» y apropiadas
para contextos formales. Determinó que esta actitud es el resultado de
una fuerza prescriptiva o de presión que actúa desde arriba al calificar
«lo que debe ser correcto» y que tiene una importancia significativa en
la evolución del lenguaje.
Labov descubrió que esto se debe a la
inseguridad lingüística de la clase media baja, que insiste en copiar
patrones de la clase culta y que es muy sensible a rasgos estigmatizados
que ella misma usaba, pero que considera «erróneos», sin olvidar la
percepción inexacta de su propia habla.1 Este principio de
ultracorrección es mucho más fuerte en el caso de las mujeres
–posiblemente la madre de la clase media y la profesora de educación
básica sean los agentes primarios para acelerar la adopción de estas
formas.
En síntesis, la ultracorrección o hiperurbanismo,
como algunos lingüistas la han nombrado, a nivel social, es un fenómeno
que ocurre cuando la gente pretende expresarse de una manera más
«educada», al tratar de encajar en ciertos contextos sin saber qué se
necesita para ello, queriendo imitar formas de hablar que no le son
propias. Por su parte, en el nivel gramatical se trata de la aplicación
de una regla equivocada o no aprendida, cuya intención original era
evitar otros fallos más comunes.
En Sevilla –y en otras ciudades
costeras de los países de habla hispana–, la clase media baja quiere
evitar la costumbre paterna de ignorar la d intervocálica en cansao, tumbao, bailao, y, por lo tanto, la intercala en voces que no la llevan, como Bilbado y bacalado —Bilbao y bacalao—.
En Buenos Aires, para evitar la falta de s final en verbos como vamoh, hacemoh, cantamoh, se utiliza la s en la segunda persona del pretérito de verbos como fuistes, hicistes, cantastes.2
En la ciudad de México, hay muchos ejemplos y muy variados. La clase media baja tiende a decir varea, cambea, copea, en lugar de varía, cambia y copia, para evitar el error de pronunciar los hiatos como diptongos, en casos como tiatro y pior —teatro y peor—;
o, para evitar errores muy propios del habla popular como: «Creo no va a
venir, me dijo no venía» en lugar de «creo que no va a venir, me dijo
que no venía»,3 utiliza formas incorrectas como: «Es de que, creo de que, pienso de que»
en lugar de: «Es que, creo que, pienso que». Otro ejemplo de
ultracorrección en la ciudad de México se da en el uso del vocablo currícula, tratando de evitar la forma incorrecta: «Leí los currículum». Currícula es la forma plural que se obtiene del vocablo neutro en latín currículum, así que las formas correctas serían: «Él me dio su currículum o sus currícula».
De la misma manera, se tiende a corregir el partitivo en oraciones como: «Deme un vaso de agua, quiero una taza de leche, o un plato de arroz», al decir «un vaso con agua, una taza con leche y un plato con arroz»,
arguyendo que «el vaso no está hecho de agua ni el plato de arroz» y
olvidando que, si se trata de sustantivos de masa que no se pueden
contabilizar, necesitamos cuantificadores para indicar las cantidades y
que la preposición de significa muchas cosas, no sólo en la
materia de lo que está hecho algo; por lo tanto, está bien –y muy bien–
decir: «vaso de agua».
Hay otras expresiones de la clase media
baja que no pueden considerarse ultracorrecciones propiamente dichas,
pero son artificiales y rebuscadas, ya que pretenden ser más elegantes o
«propias». Por ejemplo, demasiado, bastante en lugar de muy, mucho, o mas sin encambio, mas sin embargo, en vez de sin embargo, o cabello en lugar de pelo, mejilla en lugar de cachete –cuando siempre se había llamado así.
En
esta misma tendencia, podemos incluir los pleonasmos en los que se
incurre al estilizar el habla –el gusto del mexicano por lo rebuscado–: aquí, en México; yo personalmente; ojalá Dios quiera; señor don Javier Rodríguez, y te lo vuelvo a repetir4. Otro fenómeno es el léxico de ciertos medios en los que se trata de estilizar el español para hacerlo más «corporativo»: aperturar una cuenta, en lugar de abrir una cuenta, u ofertar una acción, en lugar de ofrecer una acción.
Como
podemos ver, la ultracorrección es un fenómeno muy interesante a nivel
lingüístico, pero de algún modo –ya que es artificial–, reprobable a
nivel social.
1. Yolanda Lastra, Sociolingüística para hispanoamericanos, una introducción, México: El Colegio de México, 1992; p. 317.
2. v. «Su simpática s», p. 121.
3. v. «Creo _ ya se enojó Agustín», p. 183.
4. «Pleonasmos escondidos», p.171.
Referencia:
- Montes de Oca Sicilia, María del Pilar, (2012) "Ultracorrección" en Revista Algarabía,(Consultado en: http://algarabia.com/desde-la-redaccion/ultracorreccion/)
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